El Santo Padre Francisco recibió este viernes en audiencia a los participantes al Encuentro de la Federación Internacional de las Asociaciones de Médicos Católicos. En su discurso el Papa reflexionó sobre la “situación paradójica en la profesión médica”. Donde por un lado se ven los progresos científicos en el campo de la medicina, y por otro, sin embargo, nos encontramos con el peligro de que “el médico pierda su identidad de servidor de la vida”. “Si se pierde la sensibilidad personal y social para acoger una nueva vida, otras formas de acogida provechosas para la sociedad también se marchitan. La acogida de la vida forja las energías morales y capacita para la ayuda recíproca». La paradoja se ve en el hecho de que mientras se les da nuevos derechos a las personas, a veces incluso presuntos, no siempre se protege la vida como un valor primario y el derecho básico de todos los hombres. El objetivo final del médico siempre es la defensa y promoción de la vida”. El Papa hizo un llamamiento a las conciencias de todos los profesionales y voluntarios de la sanidad, de manera particular a los ginecólogos para que colaboren en el nacimiento de nuevas vidas humanas. “Una mentalidad generalizada de los beneficios, la «cultura del descarte», que hoy esclaviza los corazones y las mentes de muchos, tiene un costo muy alto: requiere que se eliminen seres humanos, sobre todo si son físicamente y socialmente más débiles. Nuestra respuesta a esta mentalidad es un «sí» decidido y sin vacilaciones a la vida. El primer derecho de la persona humana es su vida. Ella tiene otros bienes y algunos de ellos son más preciosos; pero aquel es el bien fundamental y condición para todos los demás». El tercer aspecto en el que insistió Francisco fue el de dar testimonio y difusión de “la cultura de la vida”. Porque la credibilidad de un sistema sanitario no se mide sólo por la eficiencia, sino sobre todo por la atención y el amor hacia las personas, cuya vida es siempre sagrada e inviolable. «Ser católicos implica una mayor responsabilidad: ante todo hacia uno mismo, por el esfuerzo de coherencia con la vocación cristiana; y luego a la cultura contemporánea, por ayudar a reconocer la dimensión trascendente de la vida humana, la huella de la labor creativa de Dios, desde el primer instante de su concepción. Se trata de un compromiso de la nueva evangelización, que a menudo requiere de ir contra la corriente, pagando uno mismo. El Señor cuenta con vosotros para difundir el «evangelio de la vida.»
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