Extracto del discurso pronunciado por Francisco a los sacerdotes que se preparan para trabajar en la diplomacia vaticana. «Vigilar para estar libres de ambiciones o miras personales, que tanto daño pueden hacer a la Iglesia». Es necesario que lo hagan los sacerdotes que se preparan a prestar servicio en la diplomacia pontificia. Lo dijo esta mañana el Papa Francisco al recibir en audiencia a los miembros de la comunidad de la Pontificia Academia Eclesiástica, la “fábrica” de los nuncios apostólicos que dirige el arzobispo Beniamino Stella. Bergoglio, después de haber recordado la «cordial insistencia» con la que Stella lo convenció, hace dos años, para que enviara a la Academia a un sacerdote de Buenos Aires, explicó que el trabajo en las representaciones pontificias «exige una gran libertad interior». El Papa invitó a los miembros de la Academia a «estar libres de proyector personales: de algunas de las modalidades concretas con las que, tal vez un día, pensaron vivir su sacerdocio, de las posibilidades para programar el futuro; de la perspectiva de permanecer mucho tiempo en un llugar de acción pastoral». Francisco pidió a los jóvenes que sean libres, «incluso con respecto a la cultura y la mentalidad de la que provienen, no para olvidarla y mucho menos para renegar de ella, sino para estar abiertos, en la caridad, a la comprensión de otras culturas y al encuentro con hombres de otros mundos muy alejados». Sobre todo, Bergoglio pidió «vigilar para estar libres de toda ambición o miras personales, que tanto daño hacen a la Iglesia, procurando poner siempre en primer lugar no la realización propia o el reconocimiento que podrían recibir dentro y fuera de la comunidad eclesial, sino el bien superior de la causa del Evangelio y la realización de la misión que se les confiará». Por este motivo, el Papa indicó a los futuros diplomáticos la disponibilidad para «integrar cada visión de la Iglesia, incluso legítima, cada idea o juicio personal, en el horizonte de la mirada de Pedro y de su peculiar misión al servicio de la comunión y de la unidad del rebaño de Cristo, de su caridad pastoral, que abraza al mundo entero y que, incluso gracias a la acción de las representaciones pontificias, pretende hacerse presente sobre todo en aquellos lugares, a menudo olvidados, en donde son mayores las necesidades de la Iglesia y de la humanidad». Francisco subrayó la importancia del cuidado de «la vida espiritual, que es la fuente de la libertad interior». Y propuso como modelo la figura de Juan XXIII: recordó que incluso en su servicio diplomático fue tomando forma su santidad y citó este pasaje del “Diario del Alma”, escrito cuando Roncalli era Nuncio en París: «Entre más maduro con los años y experiencias, más reconozco que la vía más segura para mi santificación personal y para el mejor éxito de mi servicio a la Santa Sede sigue siendo el esfuerzo vigilante para reducir todo, principios, direcciones, posturas, asuntos, a la máxima sencillez y calma; con atención en distinguir siempre mi viña de lo que es solo hojarasca inútil… y seguir derecho hacia lo que es verdad, justicia, caridad, sobre todo caridad. Cualquier sistema diferente no es más que pose o ahnelo de afirmación personal, que muy pronto se traiciona y se vuelve un estrobo ridículo». Citando otro pasaje del diario roncalliano, Francisco explicó que la diplomacia sin espíritu pastoral « ridiculiza una misión sagrada». Al final agradeció también a las monjas que prestan servicio en la Academia, como «buenas Madres los acompañan con la oración, con sus palabras sencillas y esenciales y, sobre todo, con el ejemplo de fidelidad, de dedicación y de amor».
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