PUBLICIDAD

Los católicos y los movimientos populistas de Estados Unidos

|

Por George J. Marlin

El populismo se puso de moda nuevamente durante este ciclo de campaña presidencial. La National Public Radio alega que es «una de las fuerzas más importantes en la política estadounidense hoy en día. Bernie Sanders y Donald Trump han aprovechado la frustración generalizada contra las élites y el sistema».

A lo largo de la historia de nuestra nación, los populistas creyeron que su estilo de vida era amenazado por fuerzas extranjeras. El historiador Frederick Jackson Turner mantuvo que los propósitos populistas se dirigían hacia «la supervivencia del pionero que luchaba para ajustar sus condiciones actuales a sus viejos ideales».

Una y otra vez en el siglo XIX surgieron dichas revueltas políticas, y eran inmigrantes católicos los extranjeros que en ese momento presuntamente desafiaban los valores estadounidenses.

La conmoción política en Europa durante las Guerras Napoleónicas y la hambruna en Irlanda apresuraron la inmigración católica. Entre 1790 y 1820 la población católica de Estados Unidos creció de 35 000 a 195 000, y llegó 318 000 en 1830. Durante la década de 1840, unos 700 000 refugiados católicos llegaron a Estados Unidos y en 1850, el número de católicos ascendió a 1,6 millones (8,4 por ciento de la población de Estados Unidos).

Estos rápidos cambios demográficos no pasaron inadvertidos y sacaron el lado oscuro de muchos que creían que esta «invasión bárbara» destruiría a los Estados Unidos.

En la década de 1820, el movimiento populista antimasónico, dedicado a la protección del hombre común de las organizaciones secretas comprometidas a destruir las libertades individuales, atrajo a los protestantes agrarios. La antimasonería se convirtió en una cruzada para liberar a los Estados Unidos rural de la dominación urbana.

La antimasonería dirigió su ira especialmente a los católicos apostólicos romanos. Esto era irónico, ya que la Iglesia Católica se oponía en forma rotunda a la masonería; pero para los populistas, los masones equivalían a lo urbano y lo urbano al catolicismo.

Dado que despreciaban al presidente Andrew Jackson por haber recibido con agrado el apoyo de nuevos votantes católicos, los antimasones probaron un candidato presidencial en 1832, William Wirt de Virginia, ex fiscal general de los Estados Unidos.

La campaña fue contraproducente. Wirt desvió los votos del candidato Henry Clay por el partido Whig y Jackson llegó fácilmente a un segundo período y consolidó el apoyo de los inmigrantes católicos al partido Demócrata.

En la década de 1840, los populistas nativistas, al haber pintado a los católicos como el cuco, incitaron a la violencia en Nueva York, Boston, Filadelfia, Baltimore, Detroit, Cincinnati y St. Louis.

Filadelfia recibió el golpe más fuerte debido a que su población católica estaba al borde de superar a la protestante. En mayo de 1844, turbas nativistas atacaron a los barrios irlandeses, quemaron iglesias y un monasterio, mataron a dieciséis personas y destruyeron muchos hogares católicos.

Diez años después Charles Allen, un neoyorquino, unió con éxito a los grupos populistas en toda la nación. Este conglomerado formó el partido Know-Nothing, el cual pedía leyes inmigratorias más estrictas y la prohibición a los católicos de participar en cargos públicos.

En 1855, los Know-Nothing se jactaban de tener el control de Delaware, Rhode Island, Connecticut, Kentucky, Nueva York, Maryland, California, Pensilvania, Virginia, Georgia y Mississippi. Su mayor triunfo tuvo lugar en Massachusetts donde eligieron un gobernador y 377 (de 378) legisladores estatales.

No lograron implementar sus planes anticatólicos, sin embargo, ya que sus incultos legisladores no tenían idea de cómo gobernar, escribir proyectos de ley, dirigirlos a través del laberinto de las audiencias del comité o gestionarlos en la legislatura. En Massachusetts, por ejemplo, cuando los Know-Nothing lograron designar un «comité de monasterio» para investigar cargos acerca de que los conventos funcionaban como burdeles, quedaron como bufones cuando la Iglesia señaló que no había conventos en el Commonwealth.

La organización de bandas violentas, la incompetencia legislativa, la retórica rimbombante y llena de odio comenzaron a cobrar su precio en el movimiento. A medida que las personas imparciales se dieron cuenta de esas amenazas, la guerra civil comenzó a eclipsar hasta las amenazas imaginarias de complots papales.

Los protestantes rurales y los católicos urbanos pelearon —y murieron— codo a codo para salvar la Unión y terminar con la esclavitud. No obstante, el populismo anticatólico nuevamente volvió a aparecer en las últimas décadas del siglo XIX. Esta vez, el movimiento se unió detrás de la American Protective Association, fundada en 1887 por Henry Powers de Clinton, Iowa, para luchar contra las «hordas papistas».

Asqueada con el candidato presidencial republicano de 1896, el gobernador de Ohio William McKinlye (porque tenía buena relación con los católicos), la APA convocó al populista de la pradera de Nebraska, William Jennings Bryan.

Bryan, un orador dinámico, quien poseía las cualidades rurales y misioneras de un predicador evangélico, fue criado en un hogar que consideraba a los anglosajones como la raza suprema.

También detestaba a las urbes de Estados Unidos y consideraba a las ciudades del este como «el país del enemigo». Bryan le dijo a sus seguidores en Nebraska que estaba «cansado de enterarse de leyes hechas para beneficiar a los hombres que trabajaban en tiendas». Con respecto de la inmigración, declaró su oposición a que «se deseche a la delincuencia en nuestra costa».

William Jennings Bryan fue derrotado en forma estrepitosa por William McKinley en gran parte gracias a un cambio significativo en el voto católico. Numerosos católicos, en tanto se mantenían leales a sus candidatos demócratas locales, dejaron de lado el voto por lista completa porque descubrieron que McKinley estaba más en sintonía con sus preocupaciones que el populista y fanático religioso Bryan.

La derrota de Bryan también hirió a la APA. La cantidad de sus miembros bajó en forma rápida y para 1900 era un recuerdo de su pasado.

En el siglo XX también hubo arrebatos populistas liderados por demagogos políticos como Huey Long (1893-1935) de Louisiana y George Wallace (1919-1998) de Alabama. Se alimentaban de las ansiedades políticas y económicas de los oprimidos de Estados Unidos.

En nuestra propia época, los movimientos populistas liderados por extremistas irresponsables en ambos lados del espectro político adoptaron «el odio como una forma de credo».

En la extrema derecha, hay innumerables acusaciones de que «forasteros en el país» —hispanos católicos, musulmanes de Medio Oriente, indios hindúes —les quitan el trabajo a los estadounidenses «verdaderos» y su justa oportunidad al sueño americano.

En la extrema izquierda, hay populistas que critican nuestra república constitucional por inmoral, opresiva y malvada; y denuncian a los católicos, protestantes y judíos que no están de acuerdo con sus intenciones sociales progresistas como «irredimibles» racistas despreciables que siembran el miedo, homofóbicos y misóginos.

Los populistas radicales, quienes disfrutan su propio frenesí, son dañinos porque sus campañas de odio distorsionan los ideales nacionales profundamente arraigados y exhiben lo que el historiador liberal Richard Hofstadter se refería como, el «estilo paranoico en la política estadounidense», el cual consiste de «las cualidades de intensa exageración, suspicacia y fantasía conspiratoria».

Acerca del autor:

George J. Marlin, director del Board of Aid to the Church in Need USA, es un editor de The Quotable Fulton Sheen y el autor de The American Catholic Voter y Narcissist Nation: Reflections of a Blue-State Conservative. Su libro más reciente es Christian Persecutions in the Middle East: a 21st Century Tragedy.

Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *