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Dar razones de la fe

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St. Gregory the Great by Matthias Stormer, c. 1650 [Kunstmuseum Basel]
St. Gregory the Great by Matthias Stormer, c. 1650 [Kunstmuseum Basel]

Por Francis J. Beckwith

El otro día leía una parte de la Suma teológica en la cual Santo Tomás de Aquino aborda varias preguntas acerca de cómo los cristianos deberían enfrentarse a la incredulidad y a los herejes. Lo que me impactó fue cómo las percepciones del Doctor Angélico no son menos verdaderas hoy que cuando las escribió en el siglo XIII.

Al contestar la pregunta, « ¿Se debe disputar públicamente con los herejes? », Santo Tomás explica que existen dos tipos de personas que puedan presenciar la disputa, aquellos que están firmes en su fe y aquellos que son sencillos. De los primeros no nos tenemos que preocupar de que al escuchar la discusión, su fe se debilite o distorsione. Con los últimos, los sencillos, tenemos que tener cuidado. Si viven en comunidades en las cuales casi no hay infieles y no están familiarizados con los argumentos de la falta de fe, entonces debatir con los no creyentes en su presencia puede hacerles más daño que bien. Dado que la solidez de su fe, manifiesta Aquino, es una consecuencia de su escenario cultural, no hay razón para presentarles ideas que puedan debilitar esta fe.

Pero, ¿qué sucede con aquellos cristianos sencillos que viven en comunidades en las cuales «están instigados e importunados por los infieles… que tienen empeño en corromper la fe»? Aquí Santo Tomás afirma que la disputa pública es necesaria, «a condición de que haya personas preparadas para ello y sean, además, idóneas para rebatir los errores. De este modo se verán confirmados en la fe los sencillos, y a los infieles se les quitará la posibilidad de engañar; en tanto que el silencio mismo de quienes deberían hacer frente a cuantos pervierten la verdad de la fe sería la confirmación del error».

Entonces, hay dos temas aquí: (1) los defensores de la Iglesia necesitan ser competentes para abordar los argumentos de la falta de fe para tanto fortalecer a los creyentes como frustrar las maquinaciones de sus adversarios y (2) si aquellos quienes son llamados a esta tarea permiten que los desafíos de la fe sean ignorados, la cuestión a favor de la falta de fe parecerá más verosímil y razonable que lo que es en realidad.

Por supuesto, como ya mencioné en esta página, el testimonio cristiano, si es auténtico y creíble, no puede ser un mero ejercicio de argumentos apologéticos, como si la persona solo fuera intelecto y no corazón, alma y también cuerpo. Como dice el Papa Francisco, «Es cierto que en nuestras relaciones con el mundo, se nos pide que demos las razones de nuestra esperanza, pero no como un enemigo que critica y condena. Nos dicen muy claramente: “háganlo con suavidad y respeto” (Primera carta de Pedro 3, 15-16) y “en lo posible, y en cuanto de ustedes dependa, traten de vivir en paz con todos” (Carta a los romanos 12, 18).

Sin embargo, claramente el intelecto y lo que lo mueve no es que sean nada. Como Santo Tomás sostiene, la infidelidad, como la fe, está en el intelecto, aunque la mueve la voluntad. Esto significa que la voluntad sin razones para aceptar o, aun entender, la fe no moverá el intelecto.

Hoy, por alguna razón, ciertos segmentos de la Iglesia, especialmente en los Estados Unidos, parecen haber olvidado la importancia de defender lo razonable de las enseñanzas de la Iglesia cuando entran en conflicto con las opiniones y creencias que predominan en la cultura general.

Tome como ejemplo, el reciente caso de Zubik contra Burwell (2016), que incluyó a la Congregación de las Hermanitas de los Pobres como uno de los querellantes. El caso involucró a ciertas instituciones religiosas académicas y benéficas que no estaban eximidas de la autoridad del Departamento de Salud y Servicios Sociales de los Estados Unidos (HHS, por sus siglas en inglés), el cual requiere que todos los empleadores provean anticonceptivos en sus planes de salud.

El gobierno de Obama ofreció un «arreglo» a los querellantes, que los obliga a firmar un documento que informa a la HHS de sus objeciones religiosas acerca de la provisión de anticonceptivos, pero no obstante, brinda la cobertura a través de la empresa aseguradora del empleador por medio de la HHS en vez de que el empleador directamente indique a la empresa aseguradora que lo haga.

Los querellantes sostenían que el «arreglo» violaba la Ley de Restauración de la Libertad Religiosa (RFRA, por sus siglas en inglés), ya que es una carga sustancial en su libre ejercicio y que el gobierno podría fácilmente brindar la cobertura sin solicitar su ayuda, aun si el gobierno tuviera un interés imperioso en ofrecer acceso a los anticonceptivos a todos los ciudadanos.

Entre uno de los tantos grupos que ofrecían su apoyo a los querellantes, la Conferencia de los Obispos Católicos de los Estados Unidos (USCCB, por sus siglas en inglés) presentó un amicus curiae a la Corte Suprema. Es un documento maravillosamente redactado, con un análisis extenso de cómo las instituciones religiosas, como la Congregación de las Hermanitas de los Pobres, contribuyen al bien común. Faltaba en el documento, sin embargo, un informe acerca de por qué la Iglesia sostiene su opinión acerca de los anticonceptivos y los grados de cooperación moral, ambos esenciales para entender la postura de la Iglesia con respecto de la autoridad del HHS y el llamado «arreglo».

Por supuesto, técnicamente, como nuestra jurisprudencia sobre la libertad religiosa se ha perfeccionado, solo necesitamos mantener nuestras creencias en forma sincera para estar bajo la protección de la RFRA. No obstante, la interpretación de la ley, nos guste o no, la deciden los jueces, los cuales de una manera u otra se formaron por medio de la visión más amplia que tiene la cultura acerca de lo que es razonable o plausible creer.

En consecuencia, los obispos de nuestra nación tienen la responsabilidad de no solo proteger los derechos de la Iglesia y los derechos de su gente en nuestros tribunales, sino también tienen la obligación de defender las creencias y costumbres de la Iglesia en el tribunal de la opinión pública. Por esto, en la sección de la Summa citada al comienzo, Aquino apela a las palabras del Papa San Gregorio I (Magno): «Como la palabra imprudente arrastra al error, el silencio indiscreto deja en el error a aquellos que podrían haber sido instruidos».

Acerca del autor

Francis J. Beckwith es profesor de Filosofía y Estudios de la Iglesia-Estado en la Universidad Baylor, donde también se desempeña como Director adjunto del Programa de graduados en Filosofía. Entre muchos de sus libros se encuentra Taking Rites Seriously: Law, Politics, and the Reasonableness of Faith (Cambridge University Press, 2015).

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