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Bondad insustancial

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Paris vigil, November 12, 2015
Paris vigil, November 12, 2015

Por R.J. Snell

En su diagnóstico de los «malestares de la modernidad», el filósofo Charles Taylor afirma que nuestra cultura desilusionada sufre de una falta de profundidad, particularmente obvia «en lo que deberían ser los momentos cruciales de la vida: el nacimiento, casamiento, la muerte». Dado que estos momentos son importantes para nosotros, marcamos su distinción de alguna manera, los hacemos solemnes en ritual, símbolo y sentido de lo sagrado.

Cuando la creencia religiosa disminuye, o, como alternativa, cuando la religión es desmitificada y domesticada, continúa la necesidad que se siente por el ritual, pero se transforma en kitsch, lánguida y débil, con poca capacidad de provocar asombro, admiración o miedo. A veces la forma se mantiene, pero con la sustancia evacuada —como en muchas ceremonias contemporáneas de casamiento— en tanto que en ocasiones la forma misma se vuelve un simulacro opaco de los ritos más antiguos.

Theodore Dalrymple ilustra dicho vaciamiento cuando define con sarcasmo un «momento» como la cantidad de tiempo que pasa «entre un ataque terrorista en una ciudad occidental y la primera aparición pública de una vela». Como menciona, «es casi como si la población mantuviera una reserva a mano para este preciso propósito». Uno también podría señalar la profusión de animales de peluche, hashtags, o la canción «Imagine» de John Lennon luego de ataques similares.

No son velas votivas ofrecidas en súplica o arrepentimiento. Porque mientras que evidencian un vago deseo de espiritualidad, no están impregnadas con sentido religioso. Dalrymple observa que «ser espiritual no requiere disciplina» en tanto que la religión «implica una obligación de observar reglas y rituales que pueden interferir en forma engorrosa con la vida diaria». Estos gestos pueden proporcionar un «cálido sentimiento interno» pero «como muchas soluciones en extremo diluidas, no tiene sabor».

No hay sustancia presente en la forma, y la forma misma carece de intención trascendente y, por lo tanto, es insustancial y nihilista. Para recalcar el punto, Dalrymple sugiere que todas aquellas velas simplemente confirman la opinión de nuestros enemigos acerca de que los occidentales son «flojos, deficientes, blandos, débiles, vulnerables, indefensos, cobardes, quejosos, decadentes».

Puede ser un poco exagerado, por supuesto, y podríamos darle una lectura más caritativa a estos gestos y otros similares. Las velas, después de todo, brindan luz en la oscuridad, una pequeña llama para alegrar y reconfortar, hasta un símbolo de solidaridad como si las tantas pequeñas luces juntas traspasaran la penumbra del odio. En ese sentido, la vela representa esperanza y un compromiso con el bien frente al mal.

Interpretado de esta manera, los rituales nuevos manifiestan una comprensión de la persona virtuosa. Para los ciudadanos del occidente contemporáneo, o para muchos de ellos en todo caso, el virtuoso tiene esperanza, es pacífico, tolerante, inclusivo, comprensivo y misericordioso. Estas virtudes, sin embargo, y los ritos por los cuales están arraigadas y expresadas, no tienen los mismos significados que la tradición más antigua les asignó.

Para el católico, la esperanza implica una confianza cierta en que Dios puede y hará lo que prometió, en tanto para el «nuevo hombre» significa algo parecido a la certeza en el arco progresivo de la historia. Para el católico, la paz significa la tranquilidad de un orden justo, mientras que el nuevo hombre pretende la firme emancipación de las viejas concepciones del orden. Para el católico, no se puede concebir una comunidad con ausencia de Dios, quien es el Padre de todos, y el cuerpo místico de Cristo, en cambio el hombre nuevo, lo que sea que quiera, no es esto.

Aunque quizás compartan una palabra en común, es bastante evidente que a las nuevas virtudes no se las considera de la misma manera que a la tradición. En un sentido, no se revela nada más que la modificación de un discurso moral, el desarrollo y alteraciones generales del significado a lo largo del tiempo. En otro sentido, no obstante, las nuevas virtudes son una ruptura considerable con la tradición, en gran medida porque el significado mismo de «lo bueno» cambió.

Para Aristóteles y Aquino, una virtud era una excelencia que correspondía a la naturaleza y el propósito de un ser. Un caballo virtuoso era fuerte y rápido porque ese era el objetivo que teníamos para los caballos; un buen reloj era el que indicaba la hora porque los relojes eran dispositivos para calcular el tiempo. De manera similar, la persona virtuosa era la que tenía el carácter y la disposición para actuar humanamente, de elegir y llevar a cabo acciones en proporción a la naturaleza humana y su finalidad.

A las nuevas virtudes no se las concibe de este modo porque se niega la idea de una naturaleza humana fija y se la reemplaza con los accidentes de la sociobiología y las convenciones de tiempo y lugar. Las virtudes, por lo tanto, no son aquellas actitudes propias de la vida humana bien vivida sino las convenciones idealistas.

Como Christopher Cooper explica, los relatos más antiguos no eran reconfortantes sino conflictivos y (nos atrevemos a decir) críticos. Nos veían como realmente éramos y no nos indicaban como debíamos ser. Contra ellos, la nueva virtud «se convirtió en algo tranquilizador, edificante y familiar».

Por lo tanto, Cooper afirma, en lugar de las fuertes demandas del bien, las virtudes se neutralizan en lo bueno: «Las virtudes de lo bueno pronto eran invocadas (o revertidas o enfatizadas) de a montones». La bondad —y quién podría decir que el orden moral moderno no la enfatiza— crea personas bastante amables, interesadas e insustanciales. Reciclan, sin lugar a dudas, aun cuando abortan a decenas de millones o, como Lena Dunham, lamentan que todavía no han tenido un aborto. El cambio climático los preocupa muchísimo, pero dejan de lado casi por completo al ambiente moral. Buscan la salud y rechazan el tabaco y azúcar procesada, sin embargo creen que las píldoras anticonceptivas y el tratamiento hormonal para las personas «transgénero» son derechos.

Prenden velas frente al terror, pero no ofrecen el ritual por Dios.

La nuestra es una época de bondad insustancial. Es dulce, empalagosa y sentimental; tampoco logra poner en orden nuestros deseos y amores y existencia en una relación correcta con Dios, el uno con el otro, y el mundo. No simplemente insustancial, entonces, sino letal, una corruptora de almas y un solvente de la verdad moral y religiosa real.

En cuanto tal, debemos resistir a lo bueno con toda nuestra fuerza, aunque me temo que le permitimos continuar durante demasiado tiempo.

Acerca del autor:

R.J. Snell dirige el Center on the University and Intellectual Life en el Witherspoon Institute en Princeton, New Jersey, y es profesor emérito en el Agora Institute for Civic Virtue and the Common Good. Entre sus libros se encuentran The Perspective of Love: Natural Law in a New Mode y Acedia and Its Discontents: Metaphysical Boredom in an Empire of Desire.

Comentarios
1 comentarios en “Bondad insustancial
  1. Yo observo que nuestra generación occidental niega el mal, no quiere reconocer que hay gente dentro de la que me incluyo por supuesto, que podemos caer en las redes del mal, es decir que podemos ser tentados por el demonio de tal manera que cometamos casos delictivos algunos incluso tan graves, como matar a otros o incluso a nuestros propios hijos. Al no querer reconocer todo esto, tendemos a pensar que uno no es criminal, ni chismoso, ni violador, si no que ´padece una enfermedad que le obliga hacer semejantes cosas. Es muy difícil hacerle comprender esto a ciertas personas, porque creen que estás juzgando a otros, y no es así, yo siempre digo que yo podría hacer cualquier cosa si me viera tentado hasta cierto punto.
    Es bueno por otra parte creer en la bondad de las personas y desde luego que nuestra sociedad actual ha desarrollado capacidades de misericordia y comprensión hacia los demás que son muy loables, incluso hemos abandonado la venganza, cuando ocurren ciertos sucesos y a cambio ponemos velas: Pero nos ha quedado un resto de infantilismo que no sé si es bueno el ser tan como niños o quizás es que no queremos ser adultos del todo.

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