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Viva el Capitalismo

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El término ´capitalismo´, al igual  que ´ lucro´, son palabras que provocan, en la mayoría de las personas de hoy,  un inmediato reflejo de rechazo. En su momento, el Magisterio de la Iglesia ha criticado el capitalismo por los abusos a que dio lugar a mediados del siglo XIX, cuando a causa del industrialismo y de la mecanización de la agricultura, se producía el éxodo del campo hacia las ciudades y a los centros industriales  en Europa. Desde entonces el Estado ha ido controlando cada vez más los abusos y al mismo tiempo ha ido madurando la libre empresa como una cooperación armónica entre el empresario y los empleados.

El Director del Secretariado para asuntos Económicos del Vaticano, el Card. George Pell, ha declarado recientemente en una conferencia, de que no hay ningún orden económico mejor que la economía de mercado, que ha permitido el gran progreso del Occidente, siendo su elemento decisivo la libertad empresarial. Dijo: ˇSi queremos fomentar la economía de forma sostenible, entonces el papel principal debe corresponder al ´business´ y no a la regulación del mismo desde el Estado´ . Estas palabras no dejan de llamar la atención  en boca de un alto dignatario católico.

La tarea primordial del Estado es asegurar una seguridad jurídica en relación a los derechos humanos y garantizar, por tanto, el derecho de propiedad mediante leyes justas. Sin esta condición previa no es posible un desarrollo económico, que siempre tiene su punto de partida en el individuo. Son éstos los que como empresarios o suministradores de capital, asumen los riesgos y así crean los puestos de trabajo. Pero estas iniciativas libres sólo aparecerán en un marco de libertad y garantía de los derechos humanos fundamentales.

Sin embargo, este planteamiento  es un cuerpo extraño inaceptable en una mentalidad demasiado centrada en el reparto de los bienes, aduciéndose que la pobreza es el resultado de la ´explotación´de los capitalistas. Se olvida que precisamente la situación  inicial de todos ha sido y es todavía la pobreza, en muchas partes del mundo, por lo que la pregunta correcta debería ser: cómo se produce riqueza y bienestar para todos. La historia nos da aquí una respuesta clara: mediante la libre empresa, es decir, gracias al capitalismo y a la economía de mercado libre.

Es evidente que el empresario  tiene la obligación moral de ayudar a las personas socialmente débiles. En el mundo antiguo, y hasta la revolución industrial, esta ayuda la asumía la Iglesia. Pero desde que se ha instaurado el bienestar general, en los países tanto desarrollados como emergentes, gracias al progreso tecnológico, la ayuda de la Iglesia fue siendo sustituida paulatinamente por sistemas de prevención social basadas en el ahorro de una parte del sueldo.  Y debido a que  es la empresa y la acumulación de capital las que han generado los puestos de trabajo, no hay más remedio que conceder al sistema de la libre empresa un cierto reconocimiento por haber sacado de la pobreza a mucha gente.  En este sentido, el empresario capitalista utiliza su dinero, quizás sin pretenderlo, de un modo favorable para los empleados, porque renuncia a disfrutar de sus recursos para multiplicarlos en favor propio y en el los demás.

Si comparamos la sociedad occidental actual con la de dos siglos atrás podemos decir que hoy estamos muchísimo mejor, con un bienestar antes nunca visto. Ha sido sólo  cuestión de unos pocos anos para que el antiguo pobre tercer mundo de hace 50 anos se pusiese a un nivel de bienestar sin precedentes, gracias a la actividad empresarial y al mercado abierto y libre. La China es una ejemplo en este sentido, donde el dirigismo estatal en la economía se ha ido abriendo paulatinamente a las exigencias de la apertura y de la libertad. En cambio, los países que están arraigados en una tradición de autoritarismo económico, como Rusia y los ex países comunistas no europeos y tantos más, manifiestan menor prosperidad económica y menos libertad.

A muchos intelectuales de izquierda molesta que el empresario busque ganar dinero. Pero se olvida que esto será sólo posible si produce bienes económicos demandados por la sociedad. En otras palabras, el empresario sólo puede ganar dinero si ganan antes  los demás,   que habrán comprado sus productos o servicios libremente,  después de compararlos  con otras ofertas. Esta libertad de elección en el juego  entre la oferta y la demanda es la prueba de que el capitalismo no es tan malo como lo pintan. Es decir, antes de llegar a disfrutar de una ganancia, el empresario tiene afrontar el  riesgo de su proyecto, tiene que pagar los sueldos y los demás costos de producción y, finalmente, tiene que ajustar el precio para ser competitivo en relación a productos comparables de otros empresarios. Precisamente por esta razón hay tantas quiebras de empresas que no han acertado a satisfacer las necesidades del mercado :  toda la pérdida la carga entonces el despreciado capitalista, porque los empleados pueden buscar otro empleo o recibir, en casos de extrema desocupación, el seguro oficial de desocupado.

Es verdad, sin embargo,  que el empresario capitalista tantas veces ha abusado de una situación favorable para llenarse los bolsillos, casi siempre en connivencia con el poder público. Pero esto no nos da derecho a condenar el capitalismo en cuanto tal, al igual como no condenamos la institución del matrimonio porque tantos sufran infidelidad, o maltratan a sus hijos, como tampoco condenamos al Estado porque esté inmerso en la plaga de la corrupción etc.  El problema de fondo es que  todo lo que hace el hombre está viciado por su inclinación al mal,  cuya acumulación en la sociedad conduce a tantos desastres como la defraudación, la corrupción, la infidelidad, el abuso del alcohol y de las drogas, la holganza endémica en algunos pueblos etc. Ni el empresario capitalista ni el empleado están libres de esta lacra, que en su eclosión máxima suele terminar en la guerra u otro tipo de violencia homicida. Ahí está la Historia, que pretende que los hombres escarmienten, pero lamentablemente no lo consigue.

Es interesante que en los países donde el capital y el trabajo han podido encontrar un modus vivendi positivo, en un Estado de Derecho y con una economía abierta y libre, se han logrado las más altas cotas de bienestar. Y esto no depende en absoluto de recursos naturales sino de una cierta cultura humana que defiende los auténticos valores morales judeo-cristianos. Por ejemplo, Suiza es muy pobre en recursos naturales, pero es uno de los países más ricos del mundo en términos per cápita.

La historia de los sistemas políticos de los últimos cien anos muestran cómo la izquierda socialista ha dilapidado  lo que el régimen anterior no socialista ha logrado acumular en las arcas del Estado gracias a los impuestos, que han sido posibles recaudar gracias  en una economía sin trabas legales. No parece haber otra fórmula para un bienestar sostenible: dejar en paz al empresario, no sofocarlos con regulativos y carga burocrática no estrictamente necesaria.

Pero debido a la inclinación de todo hombre al mal (la codicia, el afán de poder, la soberbia, el egoísmo etc.), el Estado ha asumido la función de  evitar abusos en la actividad económica, mediante unas leyes que tienen que atenerse al criterio de una intervención mínima, sopesando siempre los pros y los contras de una regulación. Un ejemplo triste:  el gobierno de Chávez, en Venezuela, entre otras medidas drásticas que pretendieron ayudar al pueblo fue la de dictar el precio del pan, fijándolo por debajo del costo de su producción. El resultado inmediato fue el paro de las panaderías y el consiguiente problema de la falta de pan en las tiendas. El Estado tiene que fiarse más bien de la autoregulación del mercado, en virtud de  la ley natural de la oferta y de la demanda, que  se encarga de situar los precios en su punto correcto. Y en esto nunca hay que olvidar el enorme valor positivo de la libertad del empresario oferente y de la del del consumidor demandante.

Un problema muy actual  en este sentido  es el endeudamiento de los Estados, ocasionando  un gasto público sin precedentes, en parte provocado por la corrupción de los funcionarios públicos. Esta situación lleva a los bancos centrales a emitir regulaciones que violentan  el funcionamiento correcto de los mercados financieros, abaratando el préstamo a los bancos comerciales a niveles nunca vistos en la historia de los países líderes, lo cual distorsiona la economía.

En una atmósfera económica sana y libre de trabas ideológicas intervencionistas es lógico que  una de sus consecuencias sea la meritocracia, que en último análisis se debe a las diferencias reales que existen entre los individuos. Unos son más trabajadores, o más inteligentes y consiguen afirmarse como empresarios, o como profesionales excelentes con sueldos u honorarios más altos que otros. En parte, esta diversidad se debe a que unos se sacrifican más que otros, o que arriesgan más, mientras que otros prefieren el minimalismo o tienen unas capacidades más limitadas, sin que estas diferencias toquen jamás la dignidad de las personas, ni su igualdad, ni su libertad de apretarse el cinturón para intentar un salto hacia delante en el futuro.   Si en el pueblo hay un ambiente cultural humano y cristiano, el que tiene más puede tener en ciertas situaciones extremas  la obligación de ayudar al que tiene menos. En  Gran Bretaña y en los USA hay una gran tradición de fundaciones creadas por las personas adineradas, para ayudar en sectores diversos donde no llega el Estado. Los seguros de prevención social (atención médica y ahorros para la vejez) no cubren, ni de lejos, todas las necesidades de la sociedad.

En este sentido, un problema más bien sentimental que tiene muchísima gente es el hecho de que la riqueza está concentrada en poquísimas personas. Para juzgar esta situación hay que decir, previamente, que sólo se puede  justificar a los ricos que se ganaron su riqueza limpiamente, pero al mismo tiempo sin someter por sistema a sospecha a todo rico, como si todos fuesen gánster, traficantes de droga,  estafadores, corruptores del Estado etc. Como digo en otro sitio en este ensayo, el dinero de los ricos –incluso el que ha sido obtenido de mala manera, lo cual es lamentable- ,está invertido en el mercado financiero a través de sus intermediarios, como bancos y brokers, que a su vez compran y venden valores a través de la bolsa, que es también un mercado en donde actúan las leyes naturales de la oferta y de la demanda.

Praga, 31.5.16 – Peter Kopa

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