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Claridad: obras y no simples palabras

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El Papa Francisco, en su homilía en Santa Marta, juzga severamente a los cristianos que hablan (hablamos: a mí me llega el palo y lo agradezco) y después no se convierten (no nos convertimos) de las malas obras a hacer el bien. El texto de las lecturas se refiere a los pecados más graves, pues se dirige a los gobernantes de Sodoma y al pueblo de Gomorra, y los llama a abandonar sus malas obras y a hacer el bien, con severa advertencia: «Si están dispuestos a escuchar, comerán los bienes del país; pero si rehúsan hacerlo y se rebelan, serán devorados por la espada, porque ha hablado la boca del Señor». En el mismo sentido discurre en Evangelio, dirigido a fariseos. El Santo Padre, que está predicando en un lugar donde no hay fariseos ni sodomitas o gomorrianos, por fuerza ha de traducir estas palabras tan fuertes a la situación más normal que nos afecta a todos y especialmente a sus oyentes: hablar mucho —escribir blogs, o documentos pontificios— y luego seguir igual de mediocres, perezosos, despreocupados de nuestros hijos y padres. Claro, la Sagrada Escritura se refería a pecados realmente más graves en sí mismos, para resaltar la infinita bondad de Dios para con los que se convierten. Pero en Santa Marta hay que predicar a los que asisten, y no a los gobernantes de Sodoma y al pueblo de Gomorra. Dios blanqueará nuestras culpas aunque sean pecados que claman al cielo. Con mayor razón las otras, como enviar a los padres a un asilo y no visitarlos nunca, o no jugar con los niños. Tenemos que cambiar. Hablar menos y hacer más.  

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