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Conciencia y Objetividad

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Por Howard Kainz

Algunas lenguas no tienen términos equivalentes a la palabra inglesa “conciencia”. El término latín conscientia puede significar tanto “conciencia” como “sentido moral”. En las lenguas derivadas del latín, la situación es similar. La conciencia francesa y la conciencia española tienen un significado dual similar al latín. En Inglés, hay una clara diferencia entre la frase “estar consiente”, que por lo general no tiene ninguna connotación moral, y la «conciencia», que sí la tiene. En alemán también: Gewissen es una palabra específica para una sensibilidad moral, mientras Bewußtsein tiene un significado similar al inglés, “estar consiente”. Así, en algunas lenguas el contexto tiene que indicar si la palabra se usa con una connotación moral, mientras que en otros idiomas con términos equívocos eso no es un problema.

El fenomenólogo francés Jean-Paul Sartre en “El ser y la nada” y otras obras, escribió mucho sobre la conciencia en el sentido general, como “conciencia” o “estar consiente”, y subraya, en contraste con algunas corrientes subjetivistas del idealismo filosófico, que la conciencia está siempre relacionada con el objeto – en otras palabras, se trata esencialmente de “conciencia de algo.”

Podemos decir lo mismo de la «conciencia» en inglés. La conciencia no es sólo una experiencia interior o sentimiento, sino que está en relación esencial con algún objeto – el “objeto” en este caso es un acto específico, una aplicación de alguna ley o norma. Si decimos que “la conciencia requiere o me permite hacer tal cosa o tal otra”, la pregunta relevante es “¿cuál es la ley o el deber que tiene en mente, y cuál es el caso al que se está aplicando?”

Aquino dice en la Summa Theologiae (I, Q. 79) que la conciencia comienza siempre con algún principio práctico sobre el bien o el mal, y termina con la realización de algún acto en particular. Surgen normalmente errores de conciencia en la aplicación de lo que se hace. Se ofrece como ejemplo la advertencia de Jesús (Jn. 16: 2) a sus apóstoles cuando dice que ellos encontrarían perseguidores quienes creerían estar ofreciendo “adoración a Dios” al matarlos. Aquino explica que el error no consiste en la premisa, la obligación de ofrecer la adoración a Dios, sino en su falsa aplicación del culto divino al asesinato de Apóstoles.

Pero ¿cómo se llegan a hacer aplicaciones absolutamente malas de los buenos principios? ¿Podrían los enemigos del cristianismo creer sinceramente que estaban realizando un servicio a Dios asesinando cristianos? ¿No habrían en algún punto experimentado el «aguijón» de la conciencia, lo que San Pablo experimentó (Hechos 9: 5, 26:14) cuando perseguía a los cristianos?

Como ejemplo de nuestros días, ¿es concebible que los terroristas suicidas islamistas realmente crean que son agradables a Dios por la voladura de “infieles” – hombres, mujeres y niños? Como informa David Garrison en su libro, A Wind in the House of Islam: Cómo Dios está atrayendo a los musulmanes de todo el mundo a la fe en Jesucristo; la mayoría de las conversiones de musulmanes en la actualidad están motivados por el rechazo de la militancia violenta de la religión islámica. Quizás el odio antinatural impulsado por los yihadistas al asesinato provoque pinchazos dolorosos en la conciencia, por lo que es de esperar que lleve a algunos a la búsqueda de la verdad.

La bondad de la conciencia es juzgada en última instancia por las aplicaciones hechas. En el Nuevo Testamento, San Pablo le dice a los Corintios (1Cor 10:28.) que a pesar de que los cristianos tienen la libertad de comer lo sacrificado a los ídolos, “por el bien de la conciencia” no se deberían escandalizar al ver a algunos neófitos débiles hacerlo; y él amonesta a los Romanos (Rom. 13: 6) que, dado que se le da a Dios la autoridad civil, deberían pagar los impuestos que se recauden.

En una conferencia de prensa del 16 de Octubre en relación con el Sínodo sobre la Familia en Roma, el Arzobispo de Chicago Blase Cupich preguntó acerca de la Comunión de divorciados y católicos vueltos a casar, así como de los católicos homosexuales, y dijo que la conciencia es “inviolable”, y sus decisiones “en buena conciencia” deben ser respetadas.

Pero si la conciencia siempre está relacionada con la aplicación de alguna ley o deber o principio, la pregunta pertinente es ¿qué derecho o deber o principio están aplicando? Si los católicos divorciados vueltos a casar afirman que su primer matrimonio no era válido, esto podría ser verificado por el tribunal diocesano apropiado. Si el primer matrimonio fue no sacramental, el Privilegio Paulino o Privilegio Petrino pueden ser invocados. Pero en los matrimonios sacramentales, en vista de la advertencia de Jesús de “no separar lo que Dios ha unido,” se requiere una deliberación seria. ¿Qué norma o ley se está aplicando? ¿Leyes canónicas relativas a la impotencia, la consanguinidad, los matrimonios forzados, etc.? ¿O simplemente la sensación de que “me siento cómodo con mi decisión”?

Del mismo modo, con respecto a los gays que reciben la comunión con la conciencia tranquila, la pregunta obvia es: «¿sobre qué base»? Posiblemente, el celibato. Y, ¿fidelidad a la “pareja” en “matrimonio”? ¿Sería la aplicación de este principio aceptable incluso para el arzobispo Cupich?

El Arzobispo Cupich y algunos de sus hermanos que defienden la “conciencia” pueden ser dispensados ​​en parte si sólo estaban siguiendo la pre-sinodal Instrumentum Laboris, que citando el ejemplo de la Humanae vitae y la anticoncepción, aconseja:

Por una parte, el papel de la conciencia entendida como voz de Dios que resuena en el corazón del hombre educado a escucharla; por otra, la indicación moral objetiva, que impide considerar la procreación una realidad sobre la cual decidir arbitrariamente, prescindiendo del designio divino sobre la procreación humana. Cuando prevalece la referencia al polo subjetivo, es fácil caer en opciones egoístas; en el otro caso, se percibe la norma moral como un peso insoportable, que no responde a las exigencias y a las posibilidades de la persona. La combinación de los dos aspectos, vivida con el acompañamiento de un director espiritual competente, ayudará a los cónyuges a escoger opciones plenamente humanizadoras y conformes a la voluntad del Señor.

Así, con respecto a la anticoncepción, nos encontramos con la necesidad de “combinar” la convicción puramente subjetiva de la conciencia de uno, con una norma objetiva aparentemente recalcitrante. Y la esperanza parece ser que algún «guía espiritual competente» (¿el párroco?) será capaz de realizar la alquimia de la coordinación entre la subjetividad pura (a menudo inflexible) y la objetividad con respecto a la anticoncepción – y también en casos como el de la Comunión de vueltos a casar y católicos homosexuales.

Esto coloca una carga para los individuos, a menudo sin preparación para tales responsabilidades, que solo una enseñanza más clara y más realista de Roma puede eliminar.

Sobre el autor:

Howard Kainz es profesor emérito de Filosofía en la Universidad de Marquette. Sus publicaciones más recientes incluyen el Derecho Natural: una Introducción y reexaminación (2004), Cinco Paradojas Metafísicas (The 2006 Marquette Aquinas Lecture), La filosofía de la naturaleza humana (2008), y La existencia de Dios y la Fe-Instinto (2010).

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