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BENEDICTO XVI-a ejemplo de Moisés

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El 28 de febrero del 2013, día en que el Santo Padre Benedicto XVI puso fin a su ministerio petrino activo, escribimos estas líneas como humilde homenaje a su vida modelada en su totalidad según el modelo de Nuestro Señor Jesucristo. Durante la mayor parte de su vida sacerdotal ejerció una sólida y profunda labor formativa, sobre la base de su ejemplar vida sacerdotal y su eximio pensamiento teológico, nutrido de una humilde sabiduría y piedad. Aunque oculto a la mirada pública, este ejemplar cooperador de la Verdad sigue inculcando al pueblo fiel de Dios los frutos de su vida entregada incondicionalmente a Cristo y a su Iglesia. En el día de hoy ha concluido, por decisión voluntaria, el pontificado activo de Su Santidad Benedicto XVI, a causa de la disminución de su vigor físico y espiritual, tal como él mismo lo reconociera públicamente el 11 de febrero ppdo., decaimiento que a juicio suyo lo hace incapaz de ejercer el ministerio petrino que le fuera encomendado hace casi 8 años, el 19 de abril del 2005. Esta decisión pontificia impactó en todo el mundo, dentro y fuera de la Iglesia Católica, no sólo por lo que ésta última representa permanentemente como luz de las naciones (en tanto está constituida como Cuerpo de Cristo), sino porque a lo largo de su historia han sido escasísimos los casos de renuncia voluntaria de los involucrados a la función rectora que desempeñaban como vicarios de Cristo (cinco casos sobre 265 pontífices, incluido Benedicto XVI). A primera vista, nos hemos encontrado repentinamente frente a un acontecimiento que en principio nos dejaba un sabor amargo, porque no podíamos dejar de sentir la actitud del amado Santo Padre como una especie de derrota o frustración de su ministerio, como una especie de abandono o un bajarse de la cruz con la que cargaba. No fueron pocos los que compararon esta decisión de Benedicto XVI con la de Juan Pablo II, quien no quiso renunciar al papado a pesar del deterioro manifiesto y progresivo de su salud durante los últimos años de su vida, porque según sus propias palabras “Cristo no se bajó de la cruz”. Por el contrario, aparentemente, Benedicto XVI se habría bajado de la cruz, con todo lo que ello significa. Pero una reflexión más serena y profunda nos permite ver que en realidad el Santo Padre, como vicario de Cristo, se ha abrazado en forma total y absoluta a la cruz del Señor: no ha repetido formalmente el gesto de Juan Pablo II, sino que lo reiterado y recreado en una forma nueva. En realidad, ha llevado a su culminación y a su plenitud la decisión que tomara hace casi 8 años de hacerse cargo del papado, con sus 77 años a cuestas y vividos hasta ese momento en una permanente entrega personal a Jesucristo y a Su Iglesia. Bien se sabe que cuando una mayoría de cardenales en un cónclave designa a alguien para que se haga cargo del timón de la barca que es la Iglesia, el designado puede aceptar o rechazar esa decisión. Joseph Ratzinger aceptó continuar la labor de Juan Pablo II (el Grande), pero es significativa la imagen que él mismo utilizó meses después para describir cómo había vivido los momentos previos a su elevación al papado, cuando la voluntad cardenalicia en su mayoría se orientaba hacia él: sintió que una especie de guillotina se abalanzaba sobre él, por lo cual rogaba que fuera otra la decisión divina que se empezaba a manifestar con toda claridad. Pero en última instancia, a ejemplo del Salmista, decidió decir “aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad” y obrar en consecuencia. Es por eso que bien podemos afirmar que fue un acto de inmensa valentía y coraje espiritual inauditos aceptar continuar la excelsa labor desplegada por Juan Pablo II a lo largo de casi 28 años de un espléndido y magnífico pontificado, en un momento de la vida cercana a su final y con algunos problemas físicos de salud, muy poco conocidos. Pero esta valentía y coraje exhibidos por Joseph Ratzinger en ese momento inicial de su pontificado no fueron la expresión de un acto aislado o sorpresivo. Más bien constituyó la coronación de su vida sacerdotal, base de toda su labor como teólogo, docente universitario, catequista, liturgista, obispo, cardenal prefecto. ¿Cuál ha sido y es la esencia de la vocación y vida sacerdotal de Joseph Ratzinger/Benedicto XVI? El anonadamiento y el vaciamiento de sí mismo como individuo, para que Cristo resucitado pueda expresarse en toda su plenitud a través de la acción de la persona del sacerdote, convertido en un “alter Christus”. Así ha vivido el Santo Padre su existencia sacerdotal a lo largo de toda su vida y en las distintas funciones eclesiásticas que desempeñó, así vivió su acceso al papado y así lo vive en esta nueva y última etapa de su existencia terrenal. La labor sacerdotal llevada a cabo por Joseph Ratzinger a lo largo de toda su vida bien puede ser comparada con la labor desempeñada por Juan el Bautista como precursor del Mesías. En este sentido, quienes han tenido el privilegio de leer y estudiar la producción intelectual ratzingeriana han experimentado que su lectura no los convertía en sus “discípulos” sino que constituía un preámbulo o puente de acceso al misterio del Dios vivo, encarnado y resucitado. Leer a Ratzinger no significaba (ni significa) un fin en sí mismo, sino que constituía (y constituye) el paso previo para encontrarse con el Señor redentor del hombre y redentor del mundo. En realidad, Ratzinger vivió su vida sacerdotal en todos los sentidos –litúrgico, doctrinal, catequístico, episcopal, docente y teológico- al servicio de la revelación de la Verdad, no para vanagloria de sí mismo. Por eso el lema que él eligió inicialmente como insignia de su labor episcopal fue el de cooperador (colaborador) de la Verdad. En este sentido, bien se puede afirmar que toda la producción intelectual y las definiciones doctrinales, sacramentales y pastorales del sacerdote alemán a lo largo de su vida han hecho de él un precursor de la Verdad que es Jesucristo, el Señor.  Benedicto XVI emérito-Primera foto     Este anonadamiento individual para posibilitar la cooperación al servicio de la Verdad es la que le permitió a Joseph Ratzinger definir la misión del sacerdote como la de servidor y siervo del pueblo de Dios, al destacar la relación asimétrica que se da en el interior de la Iglesia entre el sacerdote y el laico: éste último está llamado a servir a Cristo en el mundo, y el sacerdote está destinado a vivir al servicio del laico, para fortalecerlo en su misión mundana. Ese anonadamiento individual al servicio de la verdad es lo que le permitió afirmar al cardenal Joseph Ratzinger -cuando alguien le hizo saber que eran muchísimos los cristianos que seguían fervorosamente sus enseñanzas y sus lecciones- que a los sacerdotes como él “les hacía mucho bien saber que la Iglesia está con ellos”. Como pontífice, Benedicto XVI ha sido fiel a esta vocación sacerdotal que ha abrazado como misión suya en esta vida. Sabe bien que como cabeza visible de la Iglesia es al mismo tiempo y esencialmente la piedra sobre la cual se ha edificado y se sostiene la Iglesia; sabe bien que la Iglesia no le pertenece, sino que Dios es su dueño. En este sentido, tenemos la convicción que él no ha renunciado al ejercicio activo del papado sólo porque le faltan las fuerzas para desempeñar el oficio petrino, sino que en última instancia renuncia porque esa es la voluntad misteriosa del Señor, eso es lo que Dios le pide hoy para Su Iglesia, a través de su aparente derrota. Pero como hombre que se ha anodadado por amor a Dios, Benedicto XVI ha sabido convertir esta debilidad y “derrota” suya en un nuevo y quizás definitivo sacrificio agradable a Dios, en una nueva y quizás definitiva ofrenda a Dios y a Su Iglesia. Como él mismo ha dicho en estos últimos días, no se retira para viajar o para descansar, sino para “permanecer en el recinto de San Pedro” rezando y reflexionando para bien de la Iglesia, y así encontrarse con Dios “cara a cara”. En esencia, la santidad cristiana no radica en la ejecución de acciones poderosas o en vivir en una nebulosa pura, separado del mundo que Dios ha creado. En esencia, la santidad cristiana consiste en adecuar la propia persona con la voluntad divina, para hacer no lo que se quiere o se desea sino para hacer realidad lo que Dios quiere y pretende de cada uno de los que creen en Él. A lo largo de la historia, Dios ha suscitado santos para hacer realidad su voluntad y su designio en el mundo, no mediante acciones y actos extraordinarios o magníficos, sino a través de personas que han sabido convertirse en instrumentos de Su voluntad. Juan Pablo II ha sido uno de los santos que Dios le regaló a la humanidad y al mundo en las últimas décadas del siglo pasado, para hacer frente a los poderes malignos que pretenden, en forma apocalíptica, destruir la Creación divina. Benedicto XVI ha sido otro de los grandes santos que Dios suscitó entre nosotros, para afianzar, continuar, robustecer y sostener la labor evangelizadora emprendida por Juan Pablo II. Ambos han sido fieles “servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios”. Uno supo permanecer en la cruz hasta el final; el otro ha sido inicialmente vencido por el peso de la cruz, pero lejos de darse por vencido y dejarse abrumar por su debilidad, ha sabido convertir su derrota personal en triunfo de Dios, ha sabido derrotar el poder del mal sacrificándose a sí mismo, a imagen de Jesucristo. Es por eso que en esta última etapa de su vida ha dejado de ser el precursor del Mesías, tal como supo serlo hasta ahora a lo largo de su existencia, para vivir como un nuevo Moisés, subiendo al monte de Dios para entregarse por completo a la oración y asegurar la bendición de Él para el pueblo que, en Su nombre, está llamado a combatir contra las fuerzas del mal que proliferan por el mundo y que pretenden evitar que los seguidores del Señor hagamos del universo un hogar para Dios. A la espera de un nuevo guía que Dios habrá de suscitar para Su Iglesia, sus hijos seguimos librando el combate de la fe contra el espíritu del Mal que pretende destruir la obra del Creador. Bien sabemos que en este combate no sólo contamos con la fuerza que viene de lo Alto, sino que a partir de hoy tenemos al Santo Padre Benedicto XVI intercediendo por nosotros ante Dios en su monte santo, mediante la Obra de Dios por excelencia que es la oración. Por eso alabamos a Dios al mismo tiempo que le damos las gracias a Benedicto XVI por seguir sosteniéndonos y fortaleciéndonos en nuestra vocación y misión evangelizadora en esta tierra, hasta que su humilde oración se convierta en contemplación pura de Dios en su Gloria eterna.   28 de febrero de 2013

Comentarios
0 comentarios en “BENEDICTO XVI-a ejemplo de Moisés
  1. A la espera de un nuevo guia, escribio entonces…
    Guias magnificos de la Iglesia fueron
    Pio XII, con su sabiduria magisterial universal
    Juan XIII, con su bondad humana tan genuina
    Pablo VI, con su fidelidad martirial a Dios y a la Iglesia
    Juan Pablo I con su amable sencillez evangelica
    Juan Pablo II, con su inmensa fuerza espiritual
    y Benedicto XVI, de quien este post
    hace tan merecido elogio.

    Luego ha venido el jesuitico «guia», o mejor,
    el jesuitico lio con el profeta del oracular
    cardenal martini -jesuita tambien el, por cierto-
    clamando que la Iglesia iba «doscientos años
    por detras del mundo»…
    La populogia olvida lo esencial:
    que el Cuerpo de Cristo es la Iglesia, no es el mundo.
    Tambien olvida que el amor del Padre
    se manifes en plenitud cuando envio a su Hijo
    al mundo para salvarnos y redimirnos de nuestros pecados.
    La populogia quiere comerse al mundo en dos dias,
    asumir un liderato universal,
    y animar enzimaticamente procesos…
    Martini, el cardenal visionario, tiene dos discipulos,
    el papa Bergoglio y su delfin Spadaro.
    Ninguno de los dos ha leido una pagina de
    Benedicto XVI, ni tampoco de Guardini.

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