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Contra los abusos litúrgicos: fidelidad y plena consciencia

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El número 38 de la Exhortación apostólica postsinodal Sacramentum Caritatis del santo padre Benedicto XVI dedica toda una reflexión al arte de celebrar, “ars celebrandi” como aparece en la exhortación. Dice lo siguiente:

“En los trabajos sinodales se ha insistido varias veces en la necesidad de superar cualquier posible separación entre el ars celebrandi, es decir, el arte de celebrar rectamente, y la participación plena, activa y fructuosa de todos los fieles. Efectivamente, el primer modo con el que se favorece la participación del Pueblo de Dios en el Rito sagrado es la adecuada celebración del Rito mismo. El ars celebrandi es la mejor premisa para la actuosa participatio. El ars celebrandi proviene de la obediencia fiel a las normas litúrgicas en su plenitud, pues es precisamente este modo de celebrar lo que asegura desde hace dos mil años la vida de fe de todos los creyentes, los cuales están llamados a vivir la celebración como Pueblo de Dios, sacerdocio real, nación santa (cf. 1 P 2,4-5.9).”

Quiero cimentar mi breve reflexión a partir de varias ideas que aparecen aquí. La primera afirmación:

“necesidad de superar cualquier posible separación entre el ars celebrandi, es decir, el arte de celebrar rectamente, y la participación plena, activa y fructuosa de todos los fieles”

Parece que en alguna ocasión desgraciadamente a los sacerdotes se nos olvida que nuestro deber no es el de distraer a las personas que se acercan al sacramento de la eucaristía como quien va a un espectáculo de cine, teatro o circo. No pocas veces me he encontrado con sacerdotes que con toda la buena fe del mundo quieren adaptar tanto la celebración a lo que ellos buenamente consideran que es más comprensible o interesante para quienes asisten que parece que acaban celebrando cualquier cosa menos la eucaristía… recuerdo con afecto a un capellán de hospital al que por su cercanía y humanidad le quieren muchísimo tanto trabajadores como familias de los enfermos pero que litúrgicamente era un auténtico desastre. Desde que empezaba hasta que acababa te distraía la cantidad de abusos litúrgicos que, estoy seguro que sin malicia ninguna, llegaba a cometer. Abusos que por otra parte son bien comunes si uno echa una ojeada a su alrededor y que, a menudo, no se cometen en conciencia por desobediencia ni por rebeldía sino, más bien, por ignorancia. El que escribe es consciente que fruto de su ignorancia ha cometido más de un abuso litúrgico, pero como reza el principio del derecho “Ignorantia juris non excusat” (la ignorancia no exime del cumplimiento de la ley). Como decía, aquel buen capellán de hospital salía a celebrar la eucaristía sin casulla, cargado de libros que no dudaba en depositar sobre el altar que, todo sea dicho de paso, apenas tenía espacio entre tanto jarrón de flores, micrófono enorme, vinajeras, cáliz, patena, y aquel atril para el misal que apenas dejaba espacio para abrir el corporal. Larga monición de entrada que más bien parecía una homilía, llegan las lecturas que las leyó todas él mismo aunque había un nutrido grupo de fieles y algunos médicos que asisten diariamente a la eucaristía y que seguro no serían malos lectores. Tras el evangelio, que por supuesto no podía faltar, «el Señor esté con vosotros» abriendo los brazos de par en par, un clásico extendido ubique. Tras la homilía, las preces, por supuesto leídas por el buen capellán, de nuevo. El modo de rezar la plegaria eucarística era más parecido a cuando intentamos hacer una lectura comprensiva de un texto, por ejemplo, la primera vez que uno toma un medicamento y lee las instrucciones en voz alta y con intención de comprender bien lo escrito… llega la consagración y si uno no está atento no se da cuenta porque sigue en el mismo tono y la misma cadencia que lo anterior y lo posterior… en el «per ipsum» solo alza el cuerpo de Cristo mientras el cáliz permanecía sobre el corporal y llegamos a la comunión. Uno a veces tiene la triste sensación que el cáliz se consume como “para bajar” lo comido. ¿De verdad somos conscientes que estamos consumiendo la sangre de Cristo y que merece la misma devoción y respeto que cuando comulgamos su cuerpo? En definitva, seguro que la intención era hacer cercana la celebración al pueblo, a la comunidad pero la realidad es que se le privó del ejercicio de su actuosa participatio en más de una ocasión y, lo confieso, yo me despisté demasiado con todas estas cosas, fallo mío. Entiéndaseme bien que con este ejemplo no es mi intención ni faltar a la caridad de aquel buen capellán del que guardo un excelente recuerdo ni ridiculizar lo que “otros” hacen o dejan de hacer ya que, insisto, con toda la buena fe es probable que muchos hayamos caído en estas cosas sin darnos cuenta. Simplemente mi intención es dirigir la mirada desde estos ejemplos a la llamada que la Iglesia nos hace a celebrar rectamente. Para celebrar rectamente es importante la fidelidad y la plena consciencia. Fidelidad a los ritos que no me los invento yo sino que pertenecen a la Iglesia de la que, como sacerdote, soy servidor. No he de inventarme nada, no he de actuar ni recrear nada… simplemente he de ser fiel a lo que el rito mismo significa y transmite. Y plena consciencia evitando caer en la rutina y la monotonía al celebrar. El pueblo sabio percibe estas cosas a kilómetros de distancia. La responsabilidad de los ministros en celebrar rectamente pasa por estar con todos los sentidos en aquello que tengo entre manos. Con razón S. Francisco de Asís decía que el sacerdote tendría que temblar al celebrar la eucaristía y tener en sus manos el mismísimo cuerpo y sangre de Cristo. Una vivencia que dista mucho de ese “hacer o decir” deprisa y corriendo la misa. Más de una vez ha pasado que antes del Credo se invita a hacer una breve pausa e inclinarse o arrodillarse en la mención a la encarnación del Señor y cuando llega el momento ni caso… hemos puesto la quinta o el automático y blabla de corrido hasta el final. ¿Será que he sido consciente del momento en que mis labios decían “… y se hizo hombre”? Fidelidad y plena consciencia. El arte de celebrar fielmente la fe de la Iglesia no las convicciones, intuiciones o ideas del que preside la celebración… Todo lo dicho dirigido al sacerdote creo que es perfectamente válido para toda la comunidad: celebrar los sacramentos con plena consciencia en lo que estamos haciendo, manteniendo nuestra fidelidad a la Iglesia sintiéndonos parte de un todo, conscientes que cuando uno asiste a una eucaristía se une a la Iglesia universal (la peregrina y la celeste) para alabar a Dios y crecer en santidad.

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