El hombre-padre (y II)

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Al hilo de lo expuesto en al artículo anterior, hay que decir que Occidente ha contribuido, a base de una legislación inspirada por la ideología de género, a reforzar la concepción de que el padre debe ser excluido de la procreación, lo cual sucede cada vez que se dictan leyes pensando únicamente en la madre. El ejemplo que describe en su libro el escritor Tony Anatrella es el de las leyes francesas que, en caso de ruptura del matrimonio, hacen depender los derechos del padre de las buenas o malas relaciones que tenga con la madre. Algo parecido cabe decir de las decisiones judiciales que, de forma sistemática, confían la custodia del hijo a la madre.   Ahora bien, lo más grave de esta situación es que, al prescindir del padre, se inflige un daño al hijo creándole a veces traumas perfectamente evitables: “¿No se ha creado, al privilegiar los derechos de la madre, una doble categoría de excluidos, por una parte los padres biológicos rechazados, por otra los hijos, propuestos a un padre de sustitución tras otro, o incluso confiados a terceros especializados, ‘hijos-objeto’, ‘hijos-capricho’, ‘hijos-prótesis’, que se ofrecen como valedores?”. En efecto, el hecho de que el padre sea excluido trae como consecuencia efectos negativos en el desarrollo de los niños. Nuestro autor cita algunos estudios realizados en Norteamérica según los cuales un niño tiene seis veces más riesgo de crecer en la pobreza y dos veces más de abandonar el colegio si ha sido educado sólo por la madre que si pertenece a una familia constituida por un padre y una madre, capaces los dos de ofrecerle puntos de referencia completos que le permitan un desarrollo psicosocial estable y sin saltos. Otro efecto terrible de la ausencia del padre es el incremento de los comportamientos violentos en el niño. En efecto, al no aceptar lo real por falta del sentido de los límites que debería inculcar el padre junto la madre, los niños tienden a rebelarse y aparecen los indeseados actos violentos tanto dentro como fuera del ámbito familiar; una agresividad que, con harta frecuencia, acaba en autodestrucción.   De ahí que debamos hacernos una pregunta básica si lo que queremos es enmendar esta situación preocupante. Para Anatrella, el problema de la ausencia del hombre-padre se encuentra ligado a otro más general: la cuestión del desmantelamiento de la familia constituida por un padre y una madre con hijos; la familia que algunos llaman “tradicional” tratando de dar a ese adjetivo un tinte peyorativo. “La familia se rompe, en efecto, sobre todo bajo la presión de la pareja actual en la que los individuos, en cuanto tales, no buscan más que su beneficio a través del otro. Se rompe también porque, muy a menudo, omite su papel educativo”.   El descenso del número de matrimonios (canónicos y civiles), la proliferación de las uniones de hecho, la baja fecundidad y la lacra del divorcio son, entre otros, signos evidentes de la crisis por la que atraviesa la familia en el momento presente, una crisis que tiene como causa la concepción sesgada que muchos tienen de ella. De ahí que, según nuestro autor, para revalorizar la figura del padre es preciso recuperar el sentido genuino de la familia. Además, es necesario afirmar que padre y madre son igualmente necesarios y complementarios, que ninguno de los dos es más que el otro y que ninguno de ellos es sustituible por el otro.   En definitiva, cuando la ideología de género trata de explicar que las diferencias entre el hombre y la mujer son sólo de tipo cultural y que ambos carecen de cualquier tipo de diferenciación, lo que se pretende es eliminar de golpe toda la riqueza que aporta la diversidad y la complementariedad, porque si el otro es igual que yo quiere decir que no me aporta nada. Y es que gran parte de nuestro enriquecimiento personal se basa en la ayuda y complementariedad del otro.   Gabriel-Ángel Rodríguez Vicario General de Osma Soria

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