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Un largometraje que nos propone abandonar ese individualismo que hoy impera entre nosotros y, por ende, cultivar la atención, el respeto y el amor que parecen haber sido olvidados.

Desgraciadamente, el individualismo y la soledad son las notas predominantes de nuestro tiempo. Muchas veces, el ejemplo más palmario de ello lo vemos en los ancianos, que llegan sin compañía al final de sus vidas. Por otro lado, y también en multitud de ocasiones, esta triste realidad propicia que nuestros mayores observen con nostalgia el pasado y se pregunten si tal vez han obrado correctamente a lo largo del mismo. A través de este magistral film, Pixar nos indica que el arreglo de esta situación se halla en nuestras propias manos, pues debemos prestarles la atención, el respeto y el amor que merecen.

Carl Fredricksen es un viejo cascarrabias que vive en una pequeña casa de madera cargada de recuerdos. Especialmente, valora todos aquellos que están vinculados con su mujer, fallecida hace unos años. Cierto día, recibe la orden de abandonar su hogar y de alojarse en una residencia de mayores, pero él, ansioso por desempeñar la ilusión que elaboró junto a su esposa, decide incumplirla y dirigirse a Sudamérica; allí, pretende emular a su héroe de la infancia, Charles Muntz, y experimentar las aventuras que él vivió. Para ello, cuelga cientos de globos de la chimenea de su casa y emprende su fantástico vuelo. Pero no estará solo, ya que se verá inesperadamente acompañado por Russell, un joven e inquieto explorador con el que tendrá que aprender a convivir.

A grandes rasgos, podemos identificar en el film dos lecturas: en primer lugar, la que afecta a las relaciones humanas, protagonizada por Carl y Russell; en segundo lugar, la que atañe únicamente al anciano, que descubre en esta aventura el auténtico sentido de su vida pasada. En cuanto a la primera, es fácil ver cómo uno y otro están solos y que, por tanto, sienten la necesidad de alguien que los quiera; por este motivo, Carl encontrará en Russell al hijo que nunca tuvo (atención al durísimo prólogo, en el que se desvela que el anciano y su mujer no podrán tener descendencia) y este verá en aquel al padre que siempre está ausente. Al mismo tiempo, esta relación contrasta con la del huraño Charles Muntz, que huye de cualquier correspondencia afectiva, actitud que ha forjado su agrio carácter.

Con respecto a la segunda lectura, de más profundo calado, vemos que Carl es un anciano esclavizado por su pasado. Desdichadamente, se siente incapaz de sobrellevar la muerte de su esposa, por lo que la imagina siempre junto a él. Esta situación alcanza el paroxismo cuando decide acometer la empresa que ambos idearon, pero que nunca afrontaron. Aunque su propósito sea loable, oculta en verdad la intención de vivir con la atadura del recuerdo. Por tanto, esta experiencia le servirá para desanudar el remordimiento que acarrea, para descubrir que la vida misma ya es una aventura y que, en consecuencia, debe seguir viviéndola.

Una vez más, Pixar luce su maestría en el campo de la animación. Pero, como hemos comprobado, no solo a nivel artístico, donde hace gala del buen uso del ordenador, sino también en el de la moral. Efectivamente, con este largometraje, nos propone abandonar ese individualismo que hoy impera entre nosotros y, por ende, cultivar la atención, el respeto y el amor que parecen haber sido olvidados.

José María Pérez Chaves

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