Rebelión en la granja

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A la sombra del éxito de la magnífica Babe, el cerdito valiente (Chris Noonan, 1995), que renovó el cine protagonizado por animales gracias al excelente uso de estos y a los efectos visuales aplicados sobre ellos, nació esta particular adaptación del escrito homónimo de George Orwell (1903-1950), quien, mediante sus páginas, quiso denunciar la dictadura soviética que se había instalado en Rusia y que él mismo, por otro lado, había llegado a defender con denuedo. Manteniendo la pátina fabulística con la que el conocido autor británico pinceló su obra, a fin de que esta fuese aceptada y comprendida por los lectores de todas las edades, la película sigue, en líneas generales, lo que pudimos descubrir en ella, por lo que resulta una grata evocación del original literario y un buen acercamiento a él para aquellos que lo desconozcan. Desgraciadamente, y tal vez a causa de la deuda contraída con el film citado y con su inmediata secuela, Babe, el cerdito en la ciudad (George Miller, 1998), estrenada tan solo un año antes que el largometraje que nos ocupa, este pasó casi desapercibido por nuestras carteleras, aunque encontró un cómodo refugio en los expositores de los desaparecidos videoclubes (a modo de curiosidad, también es conveniente decir que hoy tiene mayor renombre la adaptación animada de Rebelión en la granja llevada a cabo en 1954, ya que fue usada por la CIA como panfleto contrario a las políticas del Gobierno comunista de Rusia).

Como su mismo título indica, la película detalla la sublevación de los animales de una granja contra el dueño de esta, puesto que lo acusan de tratos vejatorios y tiránicos en el trabajo de cada día. Una vez que logran su expulsión, y para probar el desprecio que sienten hacia él y hacia la totalidad del género humano, ya que consideran a ambos los verdaderos artífices de las miserias que padecen, idean siete ampulosos mandamientos, que sirven, a la vez, para ensalzar el sistema animalista, opuesto al que han estado sufriendo en el pasado (entre ellos, destacan: “Todo lo que camina sobre dos pies es malo”, “ningún animal matará a otro animal” y “todos los animales son iguales”). Al principio, y gracias a este nuevo gobierno, los animales viven dichosos en la finca, algo que se refleja en la envidiable prosperidad de la que esta goza; sin embargo, poco a poco, se deja entrever un despotismo peor que el que todos recuerdan, pues el cerdo Napoleón, autor intelectual del alzamiento, se erige como un perverso dictador, que elimina a quienes se enfrentan a él y que adopta paulatinamente los ademanes humanos que antes deploraba, transgrediendo, así, sus propias reglas. El resto de animales, por tanto, se encontrará ante la disyuntiva de continuar oprimidos bajo la pezuña de aquel o de luchar por su libertad.

George Orwell, quien había descollado en el ámbito intelectual británico por su condición de socialista, pergeñó la sinopsis de este relato después de su paso por España, adonde acudió con el propósito de combatir, durante la Guerra Civil (1936-1939) y junto a las filas del POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista), a favor de la II República; como detalla en su escrito Homenaje a Cataluña (1938), el férreo control de la Unión Soviética sobre esta y el acoso que sufrió su partido por parte de Stalin, puesto que este se había enemistado con el político Trotski, quien había inspirado su formación, lo llevaron a desconfiar de la teoría comunista, que propugnaba la libertad del proletariado y el imperio de este sobre la tierra. Por este motivo, en Rebelión en la granja (1945), podemos encontrar una fina alegoría del estado en que se hallaba Rusia antes de la Revolución de Octubre (y que él, por otro lado, critica abiertamente) y el temible punto al que llegó después de que esta tuviese lugar (más tarde, en su afamada novela 1984, expandiría la sociedad estalinista allende las fronteras soviéticas).

Pese a que la película centre su interés en un momento concreto de la historia, siendo fiel a lo plasmado en el libro, lo cierto es que ofrece también una diáfana descripción de la sociedad actual, que, no obstante la libertad y el respeto que promueve, se ha convertido en un peligroso totalitarismo, que somete a los ciudadanos bajo los dictados del pensamiento único y que castiga a los que se oponen a él (de manera profética, en la mentada 1984, Orwell espetaba: “La libertad es la esclavitud” y “la ignorancia es la fuerza”). De manera especial, podemos ver esta denuncia en dos importantes aspectos: por un lado, la educación que reciben los cachorros de la perra protagonista de manos de los dictatoriales cerdos; por el otro, el miedo que es inculcado en esta y en aquellos que, como ella, disienten de los postulados de sus porcinos jefes. En cuanto a lo primero, no es ningún secreto que nuestros hijos, ya desde el colegio, son adoctrinados en los axiomas del relativismo (recordemos la fatídica asignatura de Educación para la Ciudadanía) y que, en cuanto a lo segundo, somos despreciados cuando declaramos nuestra oposición a dicho aleccionamiento (la película pasa de puntillas por un instrumento que abre la puerta a esta perversa instrucción incluso en la intimidad de nuestros hogares: la televisión).

Aunque el film no aluda explícitamente a la cuestión religiosa (en el libro, un cuervo representaba la postura de la Iglesia ortodoxa durante el conflicto soviético), la verdad es que esta está presente desde el principio del relato, puesto que el acicate que aguijonea a los animales a rebelarse contra su dueño son las palabras que les dirige uno de los cerdos en un aparte: “No hay recompensa después de la muerte: solo existe el aquí y el ahora”. En efecto, si Dios no existe y, por consiguiente, tampoco existe una remuneración más allá de esta vida, cualquier cosa está permitida, puesto que nada ni nadie garantiza la dignidad del hombre y la moral puede ser ajustada en provecho de cada uno (en la película, vemos cómo los siete mandamientos son adaptados conforme a las exigencias particulares de cada ocasión).

Por fortuna, y a diferencia de lo que Orwell previó en su escrito, la película exhala un hálito de esperanza sobre esta negra situación que ha descrito a lo largo del metraje, pues, pese a la megalomanía que embarga al extasiado Napoleón, este ve derruido su señorío, que rápidamente es sustituido por una alegre familia de palmario aspecto norteamericano (esto no solo alude a la caída del régimen estalinista, que el escritor no pudo contemplar, sino también al arquetipo de dicha y libertad que el imaginario cinematográfico ha sembrado entre nosotros). Es por ello que se trata de un film llamado a agradar a toda la familia (recordemos que, en ningún momento, renuncia a su tono fabulístico), capaz de abrirnos los ojos ante una situación inicua para el hombre de hoy, pero que, al mismo tiempo, transmite la esperanza de la recompensa para aquellos que saben esperar.

 

José María Pérez Chaves

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